Pi, pi. Pi, pi. El estridente sonido del despertador sonó, como todos
los días, a las ocho y media. Al tercer golpe conseguí que se apagase. Suspiré
y me senté en el canto de la cama para buscar mis chanclas con los pies, pero
en vez de encontrarlas, sólo rocé unas zapatillas enormes de pelo.
Extrañada, fui a encender el flexo que tenía sobre la mesilla, pero no
estaba allí. Me levanté, con cuidado de no hacer daño a ninguno de los amigos
que se habían quedado a dormir hoy en casa, y fui a abrir la persiana, pero por
el camino me golpeé la espinilla con lo que parecía una mecedora. ¿Desde cuándo
tenía una en mi casa? Una vez que mis ojos se adaptaron a la luz, miré
alrededor para ver lo que pasaba.
¿Dónde estaba? Esta no era mi casa. Un escalofrío me recorrió el cuerpo.
Definitivamente esto era una broma de mal gusto de mis amigos por ser la noche
de Halloween. Suspiré profundamente y salí de la habitación en busca de
Carlota, David y Pablo. Abrí una puerta tras otra, pero no había nadie en la
casa, así que me preparé un café y me tumbé a ver la televisión a la espera de
que alguno de ellos se dignase en hacer acto de presencia.
Tras dar varios sorbos, me di cuenta de que en unas de las fotos que
había en los estantes, aparecía mi madre con el padre de Pablo, Sergio. Que yo
recordara, nunca los habíamos presentado. Dejé la taza en la mesita de cristal
y me acerqué para verlo mejor.
Al lado había otra imagen con ellos dos y yo de pequeña en el parque que
había en frente de mi casa. En otra se veía a Sergio conmigo en el zoo cuando
apenas tenía seis años. Había decenas de fotos así. Me las acerqué una a una y
entrecerré los ojos. Me entró la curiosidad de saber cómo las habían hecho,
parecían reales.
No supe cuánto tiempo pasó, tal vez un par de horas, cuando entró en la
casa Sergio. Se acercó a mí y me dio un beso en los labios.
- Pero, ¿qué haces? Como broma ha sido buena, no era necesario llegar
hasta este punto.
- Adriana, acompáñame – me cogió de la mano y entró al baño, colocándome
frente al espejo. Una lágrima cayó por mi mejilla -. Esto no es ninguna broma.
No soy Sergio, soy Pablo.
No podía dejar de mirar a aquella anciana que me miraba asustada desde
el otro lado de aquel cristal. Su cara estaba arrugada y no dejaba de
acariciarse el rostro tal cual lo hacía yo. Su pelo era blanco y estaba mal
recogido en una coleta alta. Alcé la mano y pude comprobar que yo también iba
así. Me solté el coletero para asegurarme de que todo aquello continuaba siendo
una broma. No me estaba gustando nada. Pero cuando el pelo cayó sobre mis
hombros, observé que ya no era castaño, sino de un blanco ceniza similar a la
anciana.
- ¿Qué me está pasando? ¿Qué habéis hecho? Esto ya no es divertido…
- Amor… tienes alzheimer.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar