Allí estaba ese
arcaico paraguas negro, reposando sobre el brazo del padre de ella. Con un último
vistazo y una sonrisa en el rostro, recordó cada beso, cada caricia, cada
segundo que habían pasado bajo él, como los dos jóvenes enamorados que eran. Le
brillaron los ojos al recordar el último momento, tan importante para ellos, que
les había acompañado: para llegar al altar y darse el “sí quiero”.
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